Salgo, o mejor dicho, saco un brazo, por lo que es la ventana de una habitación de mi pequeño hogar para dar un pronostico meteorológico poco acertado, ya que haga lo que haga, pasaré frío o calor. Pienso durante dos segundos y (bendito sea) uso Internet para ayudarme. Me deprimo. No hay manera de que la ropa de invierno se quede donde la de verano permanece un 75% del año.
Sales y, una vez más, tu intento de pronóstico falla. Un viento fresco te azota el cuerpo entero (ya que la ropa en verano es más bien escasa) y maldices a tus adentros mientras vuelves a entrar en casa y te cambias dos o tres veces más.
Una de las razones por las que llego tarde a todas partes.
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