Faltaron años de experiencia para escribir, cuando todo empezó, una metáfora lo suficientemente correcta como para expresar una vida que parecía predestinada a la repetición y a los inviernos malditos. Pero el tiempo pasa y yo recuerdo las cosas como si pasaran ayer, pero como si fuesen eternas. Eternas y capaces de hacer aflorar sentimientos que hasta que vuelven a surgir, parecían enterrados bajo experiencias de cielos despejados y noches de calle y compás.
Entonces todo se repite, como la última vez que el frío aparcó en mi ventana durante meses, aparcando también en mi vida, llenándola de incertidumbre y caminos nevados que me hacían tropezar. Nada que ver con esas mañanas de calor y luz, que llegaban hasta el último rincón y recoveco de mi habitación, de mi cama, de mi mente, de mi vida. Que lo alumbraban las cosas que pasaban y las hacía bonitas y estables. En otoño mi balcón se revoluciona. Caen hojas secas, llueve suave pero avisa de tormenta, y después sale el sol. Radiante, esperanzador. Alterando los días y haciéndolos imprevisibles y revolucionando mi mente hasta la desesperación que es la incertidumbre constante y absurda.
Y en diciembre nada alumbra, todo se cubre de ese manto gris que de vez en cuando deja caer sus lágrimas, se retuerce sobre sí y el sol busca un hueco entre la niebla, el frío, la soledad. Pero hiela un día tras otro, hiela hasta que en marzo o abril florece todo. O lo intenta.
A veces nieva en primavera.
Sin palabras, en serio, me faltan las palabras que a ti te sobran. Escribes como cuando caen las hojas, como cuando el aire de diciembre se desliza por tu cara. Tus palabras llenan, corazones y comisuras.
ResponderEliminarAy jope. Me ha emocionado y todo. Muchas gracias, ay, jo. Gracias.
EliminarAhora soy yo la que está sin palabras.
Tsssssssss! Tú no te quedes sin palabras que tienes que seguir escribiendo :$
EliminarTe leo y cierro los ojos, luego los abro y vuelvo a leerte y si no te conociera pensaría en ti como una mujer madura, sentada en su estudio, frente a la ventana de cristales empañados, en su casa de la campiña inglesa, rodeada de flores y cedros esbeltos y silenciosos y te vería con el codo en la mesa y la mano alzada sujetando tu mejilla y toda tu cura vestida con esa expresión de sabiduría y romanticismo que se desprende de tus escritos sin embargo, de adolescencia. Bravo Bea,
ResponderEliminarJo. Eso suena tan de película y bonito. Algún día espero serlo, no se si en la campiña inglesa ni si escribiré frente a cristales empañados, pero desde luego la manos sujetando la mejilla, algo completamente mío, si.
EliminarGracias Carlos :)