Me
recorría por dentro. Yo lo notaba, el dolor de siempre después de toda una vida
a su lado. Intentaba encontrar el fallo, el interruptor que encendiese en mi
mente el motivo de aquellas palabras.
Respiré
hondo y entendí que por mucho que huyera, corriera e intentara empezar de nuevo,
casi dos décadas habían expirado y más de un millón de veces se habían quedado las palabras en el pozo de las buenas intenciones, y jamás
conseguiría tener aquello que a veces hasta suplicaba, rogando y pidiendo por
favor de cualquier forma que mis palabras retumbaran en aquel corazón que a
veces era de hielo y a veces se derretía.
Dejé
las esperanzas en el mismo sitio donde un día dejé los sueños y continué,
cantando mentalmente una de esas canciones que me salvan de los abismos.
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