Más que nunca y, como en mi vida siempre,
irremediablemente impaciente.
Tengo la necesidad, conmigo
de sentirte y de tocarte,
de tenerte como abrigo.
Es la conexión tan fuerte,
que la desconexión me mata.
La prisa por conocerte a fondo
y a la vez la incertidumbre
por rozar muy poco a poco,
por mantener viva la lumbre.
Encuentro un hogar en tus ojos,
castaños y llenos de vida.
Recogen de mi corazón despojos
y en tus manos les dan cabida.
Incluso cuando discutimos
por la maldita sintonía,
para mí somos dos músicos
al son de una melodía.
Y si perdemos la fe,
probablemente esté escondida
entre un beso que me des
y una carcajada limpia.
Si esto no es algo grande
que me traigan la primavera;
me reiré como nunca antes
de su dimensión austera.
Tal vez, la conexión es tan fuerte
que la desconexión es terrible.
Tal vez, la sintonía nos falla
porque la música no se repite.
Tal vez queramos comprendernos tanto,
que un fallo nos da dolor de cabeza.
Arráncame las lágrimas si con eso
deshago nudos en tu maraña de ideas.
Iba a salir de aquello porque era lo que siempre hacía: salir. Hacia dónde, ya era otro tema. Qué difícil parece sentirse bien cuando no encuentras razones. Si sales, si sigues, es porque entre todo ese barro te encuentras a ti mismo, fuerte aunque a veces te derrumbes y entero aunque hayas perdido pedazos por el camino.
Pasara lo que pasara, la vida seguiría y yo siempre tendría metros cuadrados de más para un corazón que cada vez era menos.
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