jueves, 2 de marzo de 2017

Agujeros de gusano

Se levanta un viento que me despeina ligeramente, a la vez que me permite sentir más la pureza del aire, del lugar. Se oyen mis pasos y algún pájaro de fondo, un susurro de agua, nos canta el silencio. Siento, bajo mis manos, apoyada en la hierba, la tierra que siempre me acogió. El horizonte es más infinito que nunca.
Tras los muros de adobe y los bajos tejados, me rodean montañas de tierra caliza y campos de secano que delimitan unos con otros por la dirección que presentan los surcos de la tierra. Los colores cambiantes del tiempo que, en este nacimiento de la primavera, se presentan en marrones claros, verdes apagados. Volver a las raíces es recordar que te daba igual mancharte a cambio de sentir lo áspero de la tierra, de sentarte en una roca, de acoger a un animal en tus brazos. 
Dejas caer todas las barreras y te presentas indefensa ante aquella realidad que va quedando atrás, donde las mujeres atienden la casa, hacen la comida y llaman a la mesa, donde los hombres realizan el trabajo, vuelven a casa del campo y esperan al sol a que llegue el mediodía. Aquella realidad donde no se cierran puertas y que a la vez carece de salidas, donde no hace falta decir nada, donde se disfruta de cada gota de calor y de cada esquina de sombra. 
A veces vuelvo a esta realidad que es pasado y apego, a la que tan poco me parezco ahora pero a la que tanto amor mantengo de antes, donde siempre seré esa niña que corría entre las casas y jugaba entre antiguos carros, rodeada de campos, respirando vida, mirando a todas las estrellas que el cielo podía mostrar y durmiendo con un manto de calma que ahora encoje el corazón y hace ensombrecer un alma que siempre estuvo unida a una tierra despoblada.

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jueves, 20 de octubre de 2016

Pálpito

De repente me di cuenta de que nunca me había parado a escuchar tu corazón, a pesar del significado cercano y humano que tiene para mí; define a alguien que siente, que padece, que provoca algo en los demás. Cada uno suena diferente. Un poco más a la izquierda o a la derecha, más suave, más claro. Igual se aceleró el ritmo por las circunstancias, pero en aquel lugar, que guardaba tantos recuerdos, y que me había encogido el corazón tras prohibirme a mí misma no volver nunca, la distancia se acortó entre nosotros y ya sólo dejábamos pasar el aire por tener de dónde respirar. Creaba recuerdos nuevos en sitios viejos que contenían imágenes difusas y tristes. Todo en mi cabeza, por supuesto. Pero la ciudad no dejaba de estar impregnada de momentos que había ido extendiendo poco a poco, sin imaginarme que más temprano que tarde acabaría por haber huellas de mi vida en cualquier calle. 

Nos encontrábamos en un lugar con magia propia, aunque aparentemente normal o banal, como podrían parecer muchos otros si no los miras desde la perspectiva adecuada. Ya de noche se evitaban las miradas, se miraba al infinito, se hacían infinitos los momentos. Lo recordaría con cariño y cierta melancolía tras un día lluvioso que había intentado arrastrar todas las posibles pequeñas dudas. Las luces aclaraban la realidad, pero preferíamos las sombras. Parar cada veinte pasos, cerrar los ojos para agudizar el resto de sentidos: oír el murmullo del río, sentir una caricia, saborear el momento.

No sabía qué esperar de todo aquello y estaba decidida a no esperar nada pero a disfrutarlo todo. Con miedo, con el mismo miedo que causa casi todo en la vida y con todas las veces que oyes "no es el momento" o "no es esto lo que necesitas" o "no puedo darte más". Probablemente algún día habría que apartarse, olvidar, seguir con la vida como si nada, apreciando las cosas por su existencia efímera y su huella en nuestra mente. Romper con el pasado, escribir un par de poemas sobre ello, llorarlo alguna que otra noche y volver a empezar.

Pero ese no era el día y Madrid lo sabía.

domingo, 25 de septiembre de 2016

Raíces

Jamás sentiré una tierra
tan mía como la de Soria.
Jamás olvidaré el color de sus campos
mezclados con tierra caliza.
Los tonos verdes del trigo y la cebada
las encinas alzándose entre los caminos,
el olor del tomillo que trae el viento
mientras recoges uvas en la vid.

Jamás sentiré una tierra
tan mía como la de Soria.
No la tierra como lugar,
sino la tierra que arrastra el viento
que piso y que forma los caminos.
La tierra que se queda en las manos
cuando coges setas sin llevar abrigo.

Jamás sentiré una tierra
tan mía como la de Soria
porque aunque viva en otros lugares
y aunque mi corazón este dividido
entre la ciudad y el corazón de la Castilla
que empieza a caer en el olvido,
las raíces que son para siempre
toman su agua del mismo río
del que se nutren los campos
que hoy deseo describir en mi mente.

Y aunque el Duero se seque
y caminante, no haya camino
y a veces me despierte
lejos de su habitual frío
hay paisajes que no se miran con los ojos
sino con el corazón de un niño
y jamás sentiré, ya pueden ser París o Roma
una tierra tan mía
como siento la de Soria.


lunes, 19 de septiembre de 2016

Mono no aware

Soy de las que recuerda las canciones que bailó, de las que recomienda libros, de las que guarda objetos de momentos importantes. Soy melancolía y lucho contra el olvido. Siento como si fuera ayer todo aquello que me marcó. Siento las palabras provocando escalofríos en mi cuerpo, los abrazos calentando el corazón, las miradas diciendo adiós. Es pasado y los mantengo presentes; y casi siempre deseaba que fueran futuro. Casi siempre. Soy melancolía y lucho contra el olvido, aunque trate de dejar atrás la carga de los recuerdos.


viernes, 3 de junio de 2016

Tal vez si soñamos

Más que nunca y, como en mi vida siempre,
irremediablemente impaciente.
Tengo la necesidad, conmigo
de sentirte y de tocarte,
de tenerte como abrigo.

Es la conexión tan fuerte,
que la desconexión me mata.
La prisa por conocerte a fondo
y a la vez la incertidumbre
por rozar muy poco a poco,
por mantener viva la lumbre.

Encuentro un hogar en tus ojos,
castaños y llenos de vida.
Recogen de mi corazón despojos
y en tus manos les dan cabida.

Incluso cuando discutimos
por la maldita sintonía,
para mí somos dos músicos
al son de una melodía.

Y si perdemos la fe,
probablemente esté escondida
entre un beso que me des
y una carcajada limpia.

Si esto no es algo grande
que me traigan la primavera;
me reiré como nunca antes
de su dimensión austera. 

Tal vez, la conexión es tan fuerte
que la desconexión es terrible.
Tal vez, la sintonía nos falla
porque la música no se repite.

Tal vez queramos comprendernos tanto,
que un fallo nos da dolor de cabeza.
Arráncame las lágrimas si con eso
deshago nudos en tu maraña de ideas.




Pasara lo que pasara, iba a salir de aquello como siempre: con muchísimas agallas y una fuerza que a veces no sé ni de dónde sacaba. Oliendo y sabiendo a café y con la tinta en la boca. Con el dolor destruyendo todo y haciendo que, por momentos, me importara cada vez menos lo que le pasaba al corazón. Fingir que no tenia nunca era una opción; fingir que podía arreglarlo, cada vez más difícil y lejano. Soñar, la única forma de evadirme; el insomnio, siempre presente mientras las lágrimas luchaban por salir apelotonadas del lagrimal, queriendo descender por mi mejilla.

Iba a salir de aquello porque era lo que siempre hacía: salir. Hacia dónde, ya era otro tema. Qué difícil parece sentirse bien cuando no encuentras razones. Si sales, si sigues, es porque entre todo ese barro te encuentras a ti mismo, fuerte aunque a veces te derrumbes y entero aunque hayas perdido pedazos por el camino.

Pasara lo que pasara, la vida seguiría y yo siempre tendría metros cuadrados de más para un corazón que cada vez era menos.