viernes, 4 de abril de 2014

El fin o el principio.

Busco un botón. Un botón que luce muy hondo en mi interior. Desde que era pequeña, desde que lloré por primera vez en los brazos de mis padres. Y que mantengo hasta hoy, menos de lo que espero que sea un cuarto de mi vida. Ese botón es el freno, el "stop" de algo que no me deja vivir con calma, por mucho que lo intente. No, no son fantasmas, ni recuerdos, ni que me este volviendo loca (creo). Es mi impulsividad. O mi carácter, aunque eso incluiría muchas cosas más. Vive en las entrañas, entre lianas y selvas amazónicas, entre cráteres de volcanes y escombros de sentimientos que caen cuando se rompen, cuando se apagan. Algunos de esos escombros, o despejan el camino o lo enturbian, siendo imposibles de traspasar, siendo el origen de más rabia y enfados. El botón se ríe de mi con su deslumbrante luz, que me aborda siempre en los peores momentos y no me deja ver. Me cega con su injusticia, con su falta de empatía, con su poca sabiduría y experiencia.
La experiencia que le fata la voy adquiriendo yo. Como un videojuego en el que cada experiencia es un punto, una vida, una esperanza más para llegar al botón y pulsarlo, apagarlo, destruirlo y acabar así con mis reacciones. El camino es áspero y la dificultad se haya en averiguar qué parte es culpa del botón y qué parte debe ser así. Pero no me arriesgo. Prefiero acabar con él, matarlo, acabándose así con una parte de mi que casi todo el tiempo deseo que no vuelva.

Hay días en los que la luz no te deja avanzar, pero de repente caes por un barranco, te pegas un golpe.
Y estás más cerca de acabar con parte de esa niña que sus padres un día sujetaron en brazos.

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