jueves, 13 de noviembre de 2014

Finales abiertos

Caía el silencio como las primeras hojas de este otoño tardío. Caía de forma tan ruidosa que me impedía dormir, que me atormentaba en soledad, que me arañaba el alma. Me hacía pequeña y agarraba con fuerza y temblor mi cuerpo, que parecía desvanecerse con el sol a media tarde.

Horas muertas bajo las sábanas sin saber muy bien por qué; corrían las agujas del reloj de mi juventud, desperdiciaba tardes de lluvia, intensa tempestad que amenazaba con arrasarlo todo. Las luces del día iluminaban mi evidente devenir, mis días tirados, mis actos de desesperación y desesperanza, de desvelo y desdén.
De destierro de la vida.

Quería huir.
Pero correr sin fuerzas, volar sin alas, una tarde de domingo sin café.
Me repetía que había más, que saltara de la cama, que buscara un compañero de silencio y de paseo, de rutina, de un día más así.

La oscuridad traía fantasmas que me susurraban tus recuerdos y me escupian la realidad, que me atormentaban hasta que no podía más y caía rendida al mal sueño. Yo solo tenía preguntas, amaneceres forzados. Y un vacío atravesando el pecho y tocando la mirada, incapaz de expresar ni la mitad de lo que expresó antaño.

"No tengo miedo a tener miedo", tengo miedo a no poder superarlo, a caer en la cobardía y a no arriesgar nunca más, a no coger más trenes cargados de incertidumbre y esperanza, a que alguien me mire a los ojos y no ser capaz nunca más de entender que me está hablando sin palabras. 

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