domingo, 6 de marzo de 2016

Más allá de las montañas: Capítulo 4

No fue raro que la idea surgiera en su amada colina, mirando a sus preciadas montañas cuando el sol está a punto de despedirse. No sabía cómo, pero quería sacar al bebé de aquel pueblo aislado. Miró al pueblo, allí abajo, en la ladera. No habían conseguido escalar la barrera más de veinte o treinta metros a lo alto, sin ningún éxito. Pero la colina era mucho más. Igual el triple. Nora no lo tenía claro, pero sabía que mucho más.  ¿Podría considerar que la montaña estaba fuera de la barrera? No tenía ninguna forma de averiguarlo, pero era lo único que podía hacer: daría a luz allí, en el punto más alto.
No comentó a nadie su plan, guardó silencio y continuó con su vida, de forma habitual. No quería ni podía ocultar su tristeza, pero se reflejaba en la chispa de sus ojos aquella esperanza de poder salvar a su primogénito de un destino triste como el suyo.

Los meses pasaron deprisa, entre malos ratos por culpa de los síntomas y preparaciones para la llegada del nuevo miembro de la familia. Todo estaba dispuesto en la habitación que antaño compartía Nora con Miguel. Dada la situación del pueblo, las parejas intentaban no tener descendencia, pues poco más podían hacer si había cosechas malas, sino alimentar a otra boca hambrienta. Algunos murmuraban y se compadecían de la pobre Nora, que cuidaría al hijo sola teniendo que mantener también a su suegro y sus hermanas, pero detrás de esos comentarios solo había admiración.

Por fin llegó el día. Salió de cuentas algo antes de lo previsto. Estaba asustada, pues sabía que si alguien más se daba cuenta, la retendrían en la casa y no podría llevar a cabo su plan. Por otro lado, si lo contaba, se lo tomarían como una tontería y tampoco la dejarían salir de la casa. Por suerte, estaba sola, trabajando fuera de la casa en aquel momento. Rompió aguas y, con todas sus fuerzas, subió a lo alto de la colina, lo más alto que pudo subir, pensando en que ese esfuerzo podría salvarle y que a la vez podía matarlos a los dos. Estaba dispuesta a arriesgarse. Cuando se tumbó suspiró aliviada, pero por poco tiempo, las contracciones ya eran fuertes y, soportando un gran dolor y aguantando más de lo que jamás pensó que podría, dio a luz.

Cortó con un pequeño cuchillo del que se había provisto el cordón y se quitó su delantal, y con el envolvió a la criatura. Era un niño, con los ojos verdes y las facciones de su apuesto padre. Tenía, sin embargo, el claro pelo de su madre. Muy finito, apenas visible, por encima de una cabecita blanca. Lloró durante unos minutos hasta que Nora le calmó. Lo abrazó. Lloró. Sentía una gran alegría y una imperiosa necesidad de comprobar si su intento de salvarle había dado sus frutos. Agotada y sudorosa, bajó la colina en busca de la frontera. Caminó apenas un kilómetro cuando se topó con ella. Lo supo porque sus brazos iban delante, y chocaron débilmente con algo invisible e intraspasable. Suspiró, volvió a coger aire y con mucho cuidado de no hacer daño a su amado bebé, por si no funcionaba, lo acercó a la barrera. El bebé sollozó al notar que algo le separaba del calor de su madre, pero alzó las manitas, las cuales pasaron, sin ninguna dificultad, la fuerte barrera que había encerrado durante generaciones a toda una comunidad. También pasó parte de su cabeza. Pero no pudo pasar más, Nora lo sujetaba y sus manos estaban dentro de aquella jaula. Sin embargo, el éxito fue claro: el bebé estaba más allá de lo que llegaban sus manos.


Ilusionada y alegre se fue a su casa. Cuando entró supo que habían estado buscándola. Normalmente no se preocupaban, pues desde la muerte de Miguel, Nora desaparecía con frecuencia, suponían que para estar sola y amainar su tristeza, pero estaba a punto de salir de cuentas y les daba miedo que se encontrara sola a la hora del parto. Así fue, pero no por mera casualidad. Nora entró feliz y les enseñó al niño, que tenía un aspecto saludable y alegre. No duró mucho, pronto se durmió y ellos tuvieron tiempo de preguntarle efusivamente a Nora que por qué no había intentado volver a casa. Ella entonces les explicó toda la historia, desde su idea hasta su comprobación. Su hipótesis refutada, algo que podía cambiar el curso de la vida del pequeño. Tanto el ahora abuelo como las nuevas tías del niño guardaron silencio mientras asumían lo que habían oído: hacía mucho tiempo que todas las personas habían descartado cualquier posibilidad de salir de allí. Simplemente lo asumían y aprendían a vivir así como tuvieron que aprender sus primeros ancestros, los que provocaron según la leyenda que el pueblo se quedara aislado. 

Pero pronto mostraron su apoyo a la joven madre: el siguiente paso era criar al bebé, hacerlo un joven fuerte y consciente de su destino, que supiera que cuando estuviera preparado, saldría de allí en busca de un futuro diferente. Comenzaron por llamarlo Julián, que quiere decir "de raíces fuertes". Así fuera a donde fuera, esperaban, no las olvidaría.

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