domingo, 13 de marzo de 2016

Más allá de las montañas: Capítulo 5

Los grandes árboles del bosque eran los únicos que no habían cambiado. Nora reflejaba en sus arrugas el paso de los años, al igual que sus hermanas. El abuelo se había quedado en casa, ya apenas podía andar y se despidió de Julián antes de que saliera. Solo ellos cuatro llegaron a la frontera del bosque, sin más ruido que el de sus pies pisando las hojas secas del otoño. El otoño más triste desde que había nacido Julián. El otoño más triste en dieciséis años. Pero también era un otoño lleno de esperanza. Julián sentía en su pecho más que nunca la responsabilidad y la oportunidad que su madre le había brindado, pero a la vez una gran angustia por dejar atrás lo que había conocido y querido: su familia, sus amigos, la gente de aquel pequeño lugar. También el miedo. Nadie sabía que había más allá de las altas montañas con las que soñaba su madre, nadie sabía si cerca habría gente o si tendría que andar durante años hasta poder llegar a un sitio habitado. No sabía dónde estaba ni a dónde iba, y solo contaba con una mochila bien equipada y la esperanza de cumplir con aquel futuro mejor.

Besó y abrazó a sus tías y después se acercó a su madre. Ambos retenían las lágrimas, pero a la vez sonreían. No creían que aquello fuese a pasar. Les dolía separase, ambos habían sido su apoyo y consuelo mutuo, su mayor alegría y mayor motivo de vivir. Para Nora era todo lo que tenía y todo lo que le quedaba de Miguel. Y ahora lo dejaba marchar. Tras un eterno abrazo que se hizo corto en comparación con saber que el resto de sus días estarían probablemente separados, Julián cruzó, como había hecho muchas veces desde que tenía consciencia para saber que debía volver, comprobando con su madre que seguía siendo inmune a aquella maldición. Pero esta vez cruzó para no regresar, saludando desde el otro lado de la barrera invisible y dejando caer las lágrimas a medida que avanzaba. El mundo se hizo inmenso ante sus ojos, pero tenía el paso firme. Siempre cabía la posibilidad de volver si la muerte se asomaba antes de llegar a algún sitio habitado. Pero no volvió.

Su familia pasó los primeros meses con el corazón en un puño: podría haber muerto o haber llegado a algún sitio donde encontró la felicidad. Pronto se acostumbraron a la incertidumbre, aunque no a la falta. Y miraban al cielo esperando vagamente alguna respuesta a las incógnitas que despertaban el destino de Julián. Los vecinos preguntaron y finalmente tuvieron que explicar cómo había sucedido lo que consideraron un milagro. Pero la mayoría de personas no quisieron que sus hijos se marcharan, así que solo unos pocos eran mentalmente preparados para salir de ese lugar sin sentir más miedo del que su cuerpo podía permitirles. Al principio todos se compadecieron de Nora, acusándola incluso de ser una mala madre por haber dejado que Julián se fuera sin saber si podría sobrevivir, alejándole de su familia y su conocida y querida comunidad. Pero ella no escuchaba sus argumentos cerrados y supersticiosos. Solo sentía en su corazón la ferviente sensación de que su hijo había encontrado la vida fuera de aquellas barreras.



Epílogo


Un día cualquiera un joven viajero llegó con su familia al pueblo. Iba de la mano de una bonita mujer y detrás corrían dos niños de unos doce años. Para él era un día excepcional, y se encontró con un lugar excepcional, mucho más deshabitado de lo que él lo había conocido. Supo reconocer a todos los ancianos, pero no a los adultos ni a los niños. Supo reconocer, por supuesto, una vieja casa separada de las demás, muy cerca de la colina donde nació y donde ahora una anciana mujer vivía con dos mujeres. Todas tenían el claro color del cabello de Julián, pero solo una tenía arrugas de mirar al cielo sonriendo y los ojos chispeantes de esperanza. 

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