domingo, 27 de mayo de 2012

Yo y el olvido.

No es que quiera huir sabiendo que los problemas van a seguir ahí. Pero, ¿por qué no olvidar? Como cuando duermes. Te duermes y, a no ser que tu propia mente te haga sufrir mientras duermes, los problemas se evaporan. Pero quizá por eso me guste evadirme cada fin de semana de ellos. Poner buena cara, hacer el imbécil, salir a bailar. Aparentar normalidad, felicidad. Y crearla. Y olvidar.

Olvidar los malos momentos, los rechazos, las ganas de algo que nunca llega. Los gritos, las peleas, las traiciones, los desprecios, los llantos. La cantidad de lágrimas que puede llorar una persona. Olvidar que somos un poco menos que alguien, que hemos fracaso en algo, que el tiempo pasa demasiado rápido, o demasiado lento. Que hay cosas que siguen siendo físicamente imposibles. Olvidar que perdí cosas que jamás recuperaré, cosas que nunca supe manejar. Olvidar que sigue habiendo cosas que no me dejan dormir por las noches, que me ahogan, que me duelen. Olvidar que me queda toda una vida por delante de fracasos, de emociones, de pruebas insuperables, de personas inolvidables. Que, a pesar de todo, la gente que me quiere me hará daño, y que yo haré daño a la gente que me quiere. Olvidar las caídas, las piedras en el camino, las cosas que ni el tiempo cura, los recuerdos que la mente no quiere borrar, las alegrías que más que sonrisas, te dan nostalgia.

Olvidar todo y pensar que por una vez, todo va realmente bien, y nada puede fastidiarte ese momento.

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