martes, 3 de diciembre de 2013

Como un árbol de hoja caduca.

Faltaron años de experiencia para escribir, cuando todo empezó, una metáfora lo suficientemente correcta como para expresar una vida que parecía predestinada a la repetición y a los inviernos malditos. Pero el tiempo pasa y yo recuerdo las cosas como si pasaran ayer, pero como si fuesen eternas. Eternas y capaces de hacer aflorar sentimientos que hasta que vuelven a surgir, parecían enterrados bajo experiencias de cielos despejados y noches de calle y compás. 
Entonces todo se repite, como la última vez que el frío aparcó en mi ventana durante meses, aparcando también en mi vida, llenándola de incertidumbre y caminos nevados que me hacían tropezar. Nada que ver con esas mañanas de calor y luz, que llegaban hasta el último rincón y recoveco de mi habitación, de mi cama, de mi mente, de mi vida. Que lo alumbraban las cosas que pasaban y las hacía bonitas y estables. En otoño mi balcón se revoluciona. Caen hojas secas, llueve suave pero avisa de tormenta, y después sale el sol. Radiante, esperanzador. Alterando los días y haciéndolos imprevisibles y revolucionando mi mente hasta la desesperación que es la incertidumbre constante y absurda. 
Y en diciembre nada alumbra, todo se cubre de ese manto gris que de vez en cuando deja caer sus lágrimas, se retuerce sobre sí y el sol busca un hueco entre la niebla, el frío, la soledad. Pero hiela un día tras otro, hiela hasta que en marzo o abril florece todo. O lo intenta.
A veces nieva en primavera. 

5 comentarios:

  1. Sin palabras, en serio, me faltan las palabras que a ti te sobran. Escribes como cuando caen las hojas, como cuando el aire de diciembre se desliza por tu cara. Tus palabras llenan, corazones y comisuras.

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    1. Ay jope. Me ha emocionado y todo. Muchas gracias, ay, jo. Gracias.
      Ahora soy yo la que está sin palabras.

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    2. Tsssssssss! Tú no te quedes sin palabras que tienes que seguir escribiendo :$

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  2. Te leo y cierro los ojos, luego los abro y vuelvo a leerte y si no te conociera pensaría en ti como una mujer madura, sentada en su estudio, frente a la ventana de cristales empañados, en su casa de la campiña inglesa, rodeada de flores y cedros esbeltos y silenciosos y te vería con el codo en la mesa y la mano alzada sujetando tu mejilla y toda tu cura vestida con esa expresión de sabiduría y romanticismo que se desprende de tus escritos sin embargo, de adolescencia. Bravo Bea,

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    1. Jo. Eso suena tan de película y bonito. Algún día espero serlo, no se si en la campiña inglesa ni si escribiré frente a cristales empañados, pero desde luego la manos sujetando la mejilla, algo completamente mío, si.
      Gracias Carlos :)

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