jueves, 2 de enero de 2014

Viejo no es lo mismo que antiguo.

Había pasado el tiempo. Yo lo notaba en su cara, un poco más desgastada y llena de arrugas. Tenía los ojos rojos. Unos ojos verdes que yo me preguntaba cada vez que le veía si eran los que yo había heredado. A veces lo parecían, a veces no. El pelo un poco más blanco, un poco más débil. La voz sonaba como siempre: única, rota, alta. Se reía enseñando los dientes como siempre había hecho, con una risa nerviosa que seguro que había heredado yo. Nerviosa pero contagiosa. 
Hablábamos de la vida. A mi me parecía absurdo que alguien que apenas había llevado un camino recto en su vida me hablara de ella. Procuraba leer entre líneas, buscar detrás de cada palabra aquella verdad que me tenía en vilo desde que se me calló del altar. En esos momentos deseaba no haber crecido, deseaba no saber algunas cosas, no darme cuenta de otras. Deseaba pensar que era la niña más afortunada del mundo y que él había sido y será siempre lo que yo quería que fuese. Me volvió a mirar. Se le veía cansado. 
A pesar de todo lo que se había roto con el paso de los años, seguía habiendo una extraña complicidad. Algo que hacía que todas las demás personas de la sala sobraran al no entender lo que yo sentía al verle. No sabía si el sentía lo mismo, ese cúmulo de sentimientos y recuerdos que luchaban por llevarse a la tumba una imagen correcta de él. '¿Quién es?', me preguntaba a veces, después de casi dos décadas en su vida. 
Me preocupaba más de lo que él pensaba. De lo que yo entiendo y de lo que mucha gente quería que me preocupase. Pero me daba igual. Evitaba los fantasmas, las malas intenciones, los malos recuerdos y le miraba otra vez.

"-¿Por dónde viene el sueño? -Por la ventana.", el mismo sitio por donde se escapan una vez rotos.

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